Me
movía como un agente doble entre los conceptos.
La
palabra «enemigo» tenía la eficacia dental de un cortacésped. Era un ruido
mecánico y distante más allá de esa opaca seguridad, esa ignorancia autónoma.
«Cuando los alemanes bombardearon Belfast eran las partes orangistas más
amargas las que peor fueron golpeadas».
Me
encontraba subido a los hombros de alguien, llevado a través del patio
iluminado por estrellas para ver cómo el cielo ardía sobre Anahorish. Los
mayores bajaban sus voces y se reacomodaban en la cocina como si estuvieran
cansados después de una excursión.
Pasado el apagón, Alemania convocaba en cocinas iluminadas por lámparas
a través de bayetas desgastadas, baterías secas, baterías húmedas, cables
capilares, válvulas condenadas que chirriaban y burbujeaban mientras el
sintonizador absolvía a Stuttgart y Leipzig.
«Es un artista, este Haw Haw. Puede tranquilamente dejarlo dentro».
Me
hospedaba con los «enemigos del Ulster», los pinches extramuros. Un adepto al
estraperlo, cruzaba las líneas con palabras de paso cuidadosamente enunciadas,
hacía funcionar cada discurso en los controles y no informaba a nadie.
De "Estaciones" 1978_
Seamus Heaney
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